LOS UNIVERSOS PARALELOS,TIENEN UNA BASE MATEMATICA.

LOS UNIVERSOS PARALELOS,TIENEN UNA BASE MATEMATICA.
UNA LINEA DE TIEMPO, COMO UN ARBOL QUE CRECE Y SE BIFURCA INFINITAMENTE.

ANTONIO UNGAR.

ANTONIO UNGAR.
PREMIO HERRALDE DE NOVELA 2010.

ES TU MIRADA...

ES TU MIRADA...
CAYENDO SOBRE EL VALLE...

EL GRAN POETA OCTAVIO PAZ.

EL GRAN POETA OCTAVIO PAZ.
EL POETA DE LA OTREDAD..

JORGE LUIS BORGES

JORGE LUIS BORGES
POEMAS DE LA MONEDA DE HIERRO..

GABRIEL GARCIA MARQUEZ.

GABRIEL GARCIA MARQUEZ.
COMO COMENCE A ESCRIBIR..

LOS DETECTIVES SALVAJES

LOS DETECTIVES SALVAJES
ROBERTO BOLAñOS.

EDUARDO MENDOZA.

EDUARDO MENDOZA.
PREMIO PLANETA 2010.

MIGUEL HERNANDEZ.

MIGUEL HERNANDEZ.
POESIA,QUE NO CESA!!

UN DESNUDO.

UN DESNUDO.
OBRA DE RENOIR.

ENRIQUE LIHN

ENRIQUE LIHN
EL GRAN POETA CHILENO.

COLLAR DE CARACOLAS,PARA EL MUELLE QUE AMAMOS.

COLLAR DE CARACOLAS,PARA EL MUELLE QUE AMAMOS.
ANTOLOGIA TEMATICA.OH PUERTO COLOMBIA!!

JOSE LUIS DIAZ GRANADOS.

JOSE LUIS DIAZ GRANADOS.
UN GRAN POETA.

RESEñADO EN EL DICCIONARIO LATINOAMERICANO DE POETAS.

RESEñADO EN EL DICCIONARIO LATINOAMERICANO DE POETAS.
LIBROS Y LETRAS.

REVISTA MOLINO DE LETRAS NUMERO NUEVE.

REVISTA  MOLINO DE LETRAS NUMERO NUEVE.
MICROCUENTO UNA SOMBRA.

PAISAJES AMERICANOS.

PAISAJES AMERICANOS.
ASHER B.DURAN.

MUJER EN EL JARDIN.

MUJER EN EL JARDIN.
DE CLAUDE MONET.

MADAME BOVARY

MADAME BOVARY
AUTOR FLAUBERT.

PABLO NERUDA.

PABLO NERUDA.
UN POETA UNIVERSAL.

ESCRITOR COLOMBIANO, DE LA COSTA CARIBE.

ESCRITOR COLOMBIANO, DE LA COSTA CARIBE.
MAURICIO PABON LOZANO.

PARLAMENTO NACIONAL DE ESCRITORES DE COLOMBIA.

PARLAMENTO NACIONAL DE ESCRITORES DE COLOMBIA.
UN COMPROMISO CON EL PAIS Y LA LITERATURA.

PASEO DE BOLIVAR EN BARRANQUILLA.

PASEO DE BOLIVAR EN  BARRANQUILLA.
ESTATUA DEL LIBERTADOR.

MI AMIGO EL CUENTO TOMO II

MI AMIGO EL CUENTO TOMO II
PUBLICACION DE MIS TRABAJOS LITERARIOS.

PORTADA DE LA REVISTA TALLER LUNA Y SOL.

PORTADA DE LA REVISTA TALLER  LUNA Y SOL.
PUBLICACION DE MIS TRABAJOS LITERARIOS.

LA PLAZA DE BOLIVAR EN CARACAS.

LA PLAZA DE BOLIVAR EN CARACAS.
SIMBOLO DE LA UNIDAD LATINOAMERICANA.

PORTADA DE LA REBELION DE LAS RATAS.

PORTADA DE LA REBELION DE LAS RATAS.
DE FERNANDO SOTO APARICIO.

TALLER LITERARIO LA URRAKA.

TALLER LITERARIO LA URRAKA.
UN UNIVERSO PARA COMPARTIR LA LITERATURA.

PUBLICACION DEL TOMO I,DEL LIBRO MI AMIGO EL CUENTO.

PUBLICACION DEL  TOMO I,DEL LIBRO MI AMIGO EL CUENTO.
PUBLICACION DE MIS MICROCUENTOS.

UNA POESIA TELURICA.

UNA POESIA TELURICA.
PAUL ELUARD.

LEON TROTSKY.

LEON TROTSKY.
FOTO TOMADA EN EL FRENTE POLACO.

UNA APROXIMACION A LA OBRA LITERARIA DE LA POETISA MEYRA DEL MAR.

UNA APROXIMACION A LA OBRA LITERARIA DE LA POETISA MEYRA DEL MAR.
AUTOR.CESAR MOLINA CONSUEGRA.

ALI CHUMACERO.

ALI CHUMACERO.
EL GRAN POETA MEJICANO.

HASTA SIEMPRE LUIS VITALE!!

HASTA SIEMPRE LUIS VITALE!!
TE QUEDARAS CON NOSOTROS!!

domingo, 24 de octubre de 2010

EL CASTING DE ACTOR.

EL CASTING DE ACTOR.
La fila para el casting de actor,era larga,rostros alargados y cansados,por la noche en vela,esperaban.. desesperados
su encuentro con la fortuna,o la derrota,y de pronto aparece ese personaje a lo Chaplin,diciendo que viene a cortar el servicio de energia,el Director,asombrado comenta en voz baja con el responsable de texto,y sugiere,que esas frases deben ser, de alguna obra monumental y extrafalaria,a la cual,le habran dado un Premio Nobel de literatura,asombrado,sus ojos vagan sobre el personaje,en una especie de transe,y su oido intenta descubrir,la cadencia y acentos del dialogo,de lo que piensa,es un actor en ciernes....entonces hace señas,para que le indiquen,el sitio de espera,para los prospectos,el hombre camina parsimonioso,y al final del pasillo,abre una puerta metalica mira los cables electricos,y baja los tacos!!

POEMAS DEL MAESTRO, JULIO CORTAZAR..

OBJETOS PERDIDOS

Por veredas de sueño y habitaciones sordas
tus rendidos veranos me aceleran con sus cantos
Una cifra vigilante y sigilosa
va por los arrabales llamándome y llamándome
pero qué falta, dime, en la tarjeta diminuta
donde están tu nombre, tu calle y tu desvelo
si la cifra se mezcla con las letras del sueño,
si solamente estás donde ya no te busco.
Mendoza, Argentina 1944
La mufa
Vos ves la Cruz del Sur,
respirás el verano con su olor a duraznos,
y caminás de noche
mi pequeño fantasma silencioso
por ese Buenos Aires,
por ese siempre mismo Buenos Aires.
Quizá la más querida

Me diste la intemperie,
la leve sombra de tu mano
pasando por mi cara.
Me diste el frío, la distancia,
el amargo café de medianoche
entre mesas vacías.

Siempre empezó a llover
en la mitad de la película,
la flor que te llevé tenía
una araña esperando entre los pétalos.

Creo que lo sabías
y que favoreciste la desgracia.
Siempre olvidé el paraguas
antes de ir a buscarte,
el restaurante estaba lleno
y voceaban la guerra en las esquinas.

Fui una letra de tango
para tu indiferente melodía.
Una carta de amor
Todo lo que de vos quisiera
es tan poco en el fondo
porque en el fondo es todo

como un perro que pasa, una colina,
esas cosas de nada, cotidianas,
espiga y cabellera y dos terrones,
el olor de tu cuerpo,
lo que decís de cualquier cosa,
conmigo o contra mía,

todo eso es tan poco
yo lo quiero de vos porque te quiero.

Que mires más allá de mí,
que me ames con violenta prescindencia
del mañana, que el grito
de tu entrega se estrelle
en la cara de un jefe de oficina,

y que el placer que juntos inventamos
sea otro signo de la libertad.



BOLERO

Qué vanidad imaginar
que puedo darte todo, el amor y la dicha,
itinerarios, música, juguetes.
Es cierto que es así:
todo lo mío te lo doy, es cierto,
pero todo lo mío no te basta
como a mí no me basta que me des
todo lo tuyo.

Por eso no seremos nunca
la pareja perfecta, la tarjeta postal,
si no somos capaces de aceptar
que sólo en la aritmética
el dos nace del uno más el uno.

Por ahí un papelito
que solamente dice:

Siempre fuiste mi espejo,
quiero decir que para verme tenía que mirarte.

Y este fragmento:

La lenta máquina del desamor
los engranajes del reflujo
los cuerpos que abandonan las almohadas
las sábanas los besos

y de pie ante el espejo interrogándose
cada uno a sí mismo
ya no mirándose entre ellos
ya no desnudos para el otro
ya no te amo,
mi amor.



NOCTURNO

Tengo esta noche las manos negras, el corazón sudado
como después de luchar hasta el olvido con los ciempiés del humo.
Todo ha quedado allá, las botellas, el barco,
no sé si me querían, y si esperaban verme.
En el diario tirado sobre la cama dice encuentros diplomáticos,
una sangría exploratoria lo batió alegremente en cuatro sets.
Un bosque altísimo rodea esta casa en el centro de la ciudad,
yo sé, siento que un ciego está muriéndose en las cercanías.
Mi mujer sube y baja una pequeña escalera
como un capitán de navío que desconfía de las estrellas.
Hay una taza de leche, papeles, las once de la noche.
Afuera parece como si multitudes de caballos se acercaran
a la ventana que tengo a mi espalda.

(esto de los caballos me recuerda a cierto relato)



EL BREVE AMOR

Con qué tersa dulzura
me levanta del lecho en que soñaba
profundas plantaciones perfumadas,
me pasea los dedos por la piel y me dibuja
en le espacio, en vilo, hasta que el beso
se posa curvo y recurrente
para que a fuego lento empiece
la danza cadenciosa de la hoguera
tejiédose en ráfagas, en hélices,
ir y venir de un huracán de humo-
(¿Por qué, después,
lo que queda de mí
es sólo un anegarse entre las cenizas
sin un adiós, sin nada más que el gesto
de liberar las manos ?)



PARA LEER EN FORMA INTERROGATIVA

Has visto
verdaderamente has visto
la nieve los astros los pasos afelpados de la brisa
Has tocado
de verdad has tocado
el plato el pan la cara de esa mujer que tanto amàs
Has vivido
como un golpe en la frente
el instante el jadeo la caìda la fuga
Has sabido
con cada poro de la piel sabido
que tus ojos tus manos tu sexo tu blando corazòn
habìa que tirarlos
habìa que llorarlos
habìa que inventarlos otra vez.



HAPPY NEW YEAR

Mira, no pido mucho,
solamente tu mano, tenerla
como un sapito que duerme así contento.
Necesito esa puerta que me dabas
para entrar a tu mundo, ese trocito
de azúcar verde, de redondo alegre.
¿No me prestás tu mano en esta noche
de fìn de año de lechuzas roncas?
No puedes, por razones técnicas.
Entonces la tramo en el aire, urdiendo cada dedo,
el durazno sedoso de la palma
y el dorso, ese país de azules árboles.
Asì la tomo y la sostengo,
como si de ello dependiera
muchísimo del mundo,
la sucesión de las cuatro estaciones,
el canto de los gallos, el amor de los hombres.



EL INTERROGADOR

No pregunto por las glorias ni las nieves,
quiero saber dónde se van juntando
las golondrinas muertas,
adónde van las cajas de fósforos usadas.
Por grande que sea el mundo
hay los recortes de uñas, las pelusas,
los sobres fatigados, las pestañas que caen.
¿Adonde van las nieblas, la borra del café,
los almanaques de otro tiempo?
Pregunto por la nada que nos mueve;
en esos cementerios conjeturo que crece
poco a poco el miedo,
y que allí empolla el Roc.



ESTA TERNURA

Esta ternura y estas manos libres,
¿a quién darlas bajo el viento ? Tanto arroz
para la zorra, y en medio del llamado
la ansiedad de esa puerta abierta para nadie.
Hicimos pan tan blanco
para bocas ya muertas que aceptaban
solamente una luna de colmillo, el té
frío de la vela la alba.
Tocamos instrumentos para la ciega cólera
de sombras y sombreros olvidados. Nos quedamos
con los presentes ordenados en una mesa inútil,
y fue preciso beber la sidra caliente
en la vergüenza de la medianoche.
Entonces, ¿nadie quiere esto,
nadie?



TALA

Llévese estos ojos, piedritas de colores,
esta nariz de tótem, estos labios que saben
todas la tablas de multiplicar y las poesías más selectas.
Le doy la cara entera, con la lengua y el pelo,
me quito las uñas y dientes y le completo el peso.
No sirve
esa manera de sentir. Qué ojos ni qué dedos.
Ni esa comida recalentada, la memoria,
ni la atención, como una cotorrita perniciosa.
Tome las inducciones y las perchas
donde cuelgan las palabras lavadas y planchadas.
Arree con la casa, fuera de todo,
déjeme como un hueco, o una estaca.
Tal vez entonces, cuando no me valga
la generosidad de Dios, eso boy.scout,
y esté igual que la alfombra que ha aguantado
su lenta lluvia de zapatos ochenta años
y es urdimbre nomás, claro esqueleto donde
se borraron los ricos pavorreales de plata,
puede ser que sin vos diga tu nombre cierto
puede ocurrir que alcance sin manos tu cintura.




HABLEN, TIENEN TRES MINUTOS

Hablen, tiene tres minutos
De vuelta del paseo
donde junté una florecita para tenerte entre mis dedos un momento,
y bebí una botellas de Beaujolais, para bajar al pozo
donde bailaba un oso luna,
en la penumbra dorada de la lámpara cuelgo mi piel
y sé que estaré solo en la ciudad
más poblada del mundo.
Excusarás este balance histérico, entre fuga a la rata y queja de morfina,
teniendo en cuenta que hace frío, llueve sobre mi taza de café,
y en cada medialuna la humedad alisa sus patitas de esponja.
Máxime sabiendo
que pienso en ti obstinadamente, como una ciega máquina,
como la cifra que repite interminablemente el gongo de la fiebre
el loco que cobija su paloma en la mano, acariciándola hora a hora
hasta mezclar los dedos y las plumas en una sola miga de ternura.
Creo que sospecharás esto que ocurre,
como yo te presiento a la distancia en tu ciudad,
volviendo del paseo donde quizá juntases
la misma florecita, un poco por botánica,
un poco porque aquí,
porque es preciso
que no estemos tan solos, que nos demos
un pétalo, aunque sea un pasito, una pelusa.



AFTER SUCH PLEASURES

Esta noche, buscando tu boca en otra boca,
casi creyéndolo, porque así de ciego es este río
que me tira en mujer y me sumerge entre sus párpados,
qué tristeza nadar al fin hacia la orilla del sopor
sabiendo que el placer es ese esclavo innoble
que acepta las monedas falsas, las circula sonriendo.

Olvidada pureza, cómo quisiera rescatar
ese dolor de Buenos Aires, esa espera sin pausas ni
esperanza.
Solo en mi casa abierta sobre el puerto
otra vez empezar a quererte,
otra vez encontrarte en el café de la mañana
sin que tanta cosa irrenunciable
hubiera sucedido.
Y no tener que acordarme de este olvido que sube
para nada, para borrar del pizarrón tus muñequitos
y no dejarme más que una ventana sin estrellas.



EL NIÑO BUENO

No sabré desatarme los zapatos y dejar que la ciudad me muerda los pies
no me emborracharé bajo los puentes, no cometeré faltas de estilo.
Acepto este destino de camisas planchadas,
llego a tiempo a los cines, cedo mi asiento a las señoras.
El largo desarreglo de los sentidos me va mal. Opto
por el dentífrico y las toallas. Me vacuno.
Mira qué pobre amante, incapaz de meterse en una fuente
para traerte un pescadito rojo
bajo la rabia de gendarmes y niñeras.

TRES HAYKUS DE OTOñO...

Hojas
cayendo indecisas
en el fugaz tiempo
de las brisas.

fragiles
como los sueños
que iluminan la mañana.

Que tarde
la de esta tarde
solo escucho a lo lejos
el reloj del mundo..

sábado, 23 de octubre de 2010

NAVEGANDO A CIEGAS...

Buzo apenas soy

navegando a ciegas

en el ancho y profundo mar

de tu infinito silencio..



y mis labios

surcando tu esbelta espalda

como una gema palpitante

caen al fondo del espasmo,

piel que palpita

llama contra llama,

navegando la cintura

arriba los senos que me observan

abajo el delta de tu néctar

ríos de ambrosía,

camino al abismo

de tu cinturón de fuego,

entonces solo una palabra tuya

me salva...

jueves, 14 de octubre de 2010

JOSE LUIS DIAZGRANADOS...AMIGO... POR JORGE CONSUEGRA.

Por: Jorge Consuegra (I Parte).


Simplemente…amigo. Lo demás lo dicen sus libros, sus poemas, sus testimonios, sus palabras, sus
exilios y hasta sus abrazos acompañados siempre de amigos.


Las mujeres, muchas mujeres, infinita cantidad de mujeres dicen: “¡José Luis!” abriendo los ojos y sintiendo la enorme satisfacción de oír su voz, sus versos, sus metáforas.


Sus amigos, muchos amigos, infinita cantidad de amigos dicen: “¡José Luis!” abriendo su alma, sus brazos, su sentimiento, su ternura, su alma, su cariño, su solidaridad.


Los poetas, muchos poetas, infinita cantidad de poetas dice: “¡José Luis, poeta!”. ¡Y qué poeta!


- ¿Cuál es el recuerdo más lejano que tienes de tu infancia?


- Creo que tenía unos tres o cuatro años y un día (no recuerdo si era de mañana o por la tarde) tuve conciencia de que yo era yo, mientras jugaba solo con una pelota blanca de caucho en el patio de mi casa del barrio Palermo en Bogotá. Recuerdo nítidamente cómo la pelota saltaba repetidamente sobre el baldosín rojizo y se perdía lentamente por el zaguán que conducía al patio de la alberca. Súbitamente sentí que estaba vivo, que todo tenía sentido, algo así...


- Era muy temprano estar en Bogotá…


- Yo nací en Santa Marta, hijo de padres samarios, pero a la edad de 1 año me trajeron a Bogotá a una casa situada en el barrio Palermo donde viví ¡52 años!... Hasta mi viaje a Cuba. Ahora “me reparto” entre el apartamento de Federico frente a la Javeriana y la casa de Gladys, mi esposa, en Santa María del Lago.


- ¿Cómo era esa Bogotá cuando empezaste a salir a la calle, a ver la gente, mirar los cerros?...


- Mi Bogotá en 1949 y 1950 era una ciudad sin edificios, muy bonita, con poca gente, poco sol, llovizna y hollín; llena de casas de ladrillos, parques y jardines con muchos pinos. Mis primos Rafael y José Stevenson jugaban en las divisiones inferiores del Independiente Santa Fe y me llevaban de la mano a ver a “Chonto” y a Pontoni en los partidos y entrenamientos. Desde “El Campín” se veían los cerros verdes, intactos, y a lo lejos, Monserrate y Guadalupe (a cada rato los rayos quebraban los brazos de la Virgen). Con mi hermano Manuel íbamos los Domingos a los matinales del Faenza, también a la Media Torta (vi a un niño de mi misma edad dirigiendo la Orquesta Sinfónica, llamado Robertico Denzi); a retretas al Parque de la Independencia y a comer helados cerca del Venado de Oro (hoy Instituto Roosevelt). El presidente era Laureano Gómez, muy amigo de mi abuelo materno, que era conservador, y mi papá, muy liberal, me asustaba diciendo que había carros fantasmas que perseguían a los enemigos del Gobierno. Los niños usábamos pantalones cortos y los Domingos nos vestíamos con traje negro de vaquero de Hoppalong Cassidy. Los grandes usaban vestido de paño con chaleco, camisa de cuello duro, corbata y sombrero, y las mamás vestían sastre con falda larga y sombrero con velo y alfileres finos. Una Bogotá que se fue...


- ¿Cuál fue el primer libro que tuviste en tus manos?


- Aunque yo pertenezco a la generación cuyas primeras lectuars fueron las tiras cómicas (“Dick Tracy”, “El fantasma”, “Ferdinando”, “Mandrake el mago” y “Benitín y Eneas”), los primeros libros que tuve en mis manos fueron los 20 tomos del “Tesoro de la Juventud”, editados por la Jackson. Los años más felices de mi infancia están acompañados de las infinitas lecturas de tantas narraciones indelebles. También recuerdo un libro (que aún conservo) titulado Infancia de grandes hombres. Y varios libros de Constancio C. Vigil (Cartas a gente menuda, especialmente).


- ¿Cuál fue la primera novela que te cautivó?


- Aventuras de Tom Sawyer. Cuando terminé su lectura duré varios días con sus noches en un fascinante estado de encantamiento. Pocas semanas después comencé a escribir, en un cuaderno rayado con un Esterbrook de tinta azul, una novelita que titulé Soledad en los mares, cuyas aventuras viví con tal intensidad a medida que la escribía que jamás he vuelto a experimentar esa sensación.


- ¿Qué películas recuerdas en el Faenza?


- Imagínate que El Espectador traía un formidable suplemento semanal (fundado por Álvaro Pachón de la Torre y Guillermo Cano, que se llamaba Dominical, aunque salía los viernes) y mi hermano y yo nos lo peleábamos para leer las tiras cómicas y recortar un cupón que nos permitía la entrada al Teatro Faenza el domingo y participar de innumerables festividades para niños. Recuerdo haber visto todas las películas de “Lassie”, “La colina dorada”, “Tarzán y las amazonas”, “La carga de la brigada ligera”, “Eco de tambores”, “Ahí vienen los tanques”, “El manto sagrado” y “Hong Kong”, con Ronald Reagan. Manuelito, mi hermano, se ganaba todas las rifas. Yo nunca me gané nada. Pero el goce de las películas me duraba en la mente largos meses.


- ¿Más “Tarzán” que las de vaqueros?


- Sí, porque era un héroe sobrenatural, altivo, lejano y solitario. Era un mito, una leyenda. Y siempre vencedor, con Jane y con Chita. Me tocó en suerte ver en los años de mi infancia, en la década de los 50, a los tres mejores protagonistas del personaje de Edgar Rice Burroughs: Johnny Weissmuller, Lex Barker y Gordon Scott, con sus respectivas compañeras: Brenda Joy y Maureen O`Sullivan, Virginia Huston y Vera Miles. De las películas de vaqueros me gustaban Hoppalong Cassidy y Roy Rogers, pero muy poco, casi nada...



- ¿Cómo era la cotidianidad cultura en el colegio?


- Tuve la suerte de que tanto en los colegios de primaria como en los de secundaria se privilegiaban los asuntos culturales, en especial los literarios. En la primaria estudié en un colegio dirigido por el
profesor Samuel Camargo Uribe y su esposa, la educadora ecuatoriana Rebeca Hidalgo de Camargo. Ella nos enseñaba poemas, canciones, historias y leyendas del Ecuador. Allí declamábamos y pronunciábamos discursos exaltando a los próceres de la Independencia. Representábamos comedias y zarzuelas, lo mismo que cantábamos el vals “Sobre las olas”. En el bachillerato, a don Tito Tulio Roa, rector del Gimnasio Boyacá y profundamente conservador y católico, le fascinaban los poemas que yo escribía al estilo de la “Canción de gesta” de Neruda, donde exaltaba las luchas sociales en Colombia y atacaba a los yankis por el robo de Panamá. Don Tito fomentaba los centros literarios y los periódicos estudiantiles, y allí conformamos en 1962 el Grupo de Palermo con Pemán, Luis Fayad y Álvaro Miranda, entre otros.


- ¿Cuál fue la mejor infancia de aquellos grandes hombres?


- Indudablemente, la de Pablo Neruda cuando era Neftalí Reyes Basoalto. Vivió los años de su infancia en olor de poesía. Lo único que le importaba era pensar, leer poesía, imaginar, escribir... Se veía vivir mientras escribía. Escribía todo lo que observaba y cada instante era un deleite, era un hechizo sonoro, era un rayo de asombro...


- ¿Cuál fue la primera de las grandes novelas que tuviste en tus manos?


- La náusea. No sé si te conté que en mi infancia y a comienzos de la adolescencia vivíamos en la casa de mi abuelo materno como tres o cuatro familias juntas: padres, hermanos, tías y primos. Y Pepe Stevenson, primo hermano mío, era en 1959 y 60, el discípulo predilecto de Estanislao Zuleta, quien adoraba a Sartre por sobre todas las cosas. De manera que Pepe puso en mis manos la novela estelar del filósofo existencialista. Leí La náusea a los 13 años y “quedé marcado para siempre con hierro ardiente de aquel recuerdo”...


- ¿Qué novela siempre repites en su lectura? ¿Cuál o cuáles son las recurrentes?


- Me parece que eso es algo cíclico. Por ejemplo, yo leí muchìsimas veces el Trópico de cáncer, entre los 18 y los 35 años. Lo mismo me pasó con Pedro Páramo (novela que leí por primera vez en 1960 cuando se vendió en Bogotá una promoción del Fondo de Cultura Económica), y con El otoño del patriarca en la década del 70. Pero a la que siempre vuelvo con fervor cada vez mayor es a Molloy de Samuel Beckett. Ultimamente me he apegado mucho a Desgracia de Coetzee y a Estambul de Pamuk.


- ¿Qué personajes femeninos te cautivaron hasta más allá del enamoramiento platónico?


- De niño me enamoré con locura de Rita Hayworth en la película “Salomé”. Luego me embrujaron Anna Magnani y Jeanne Moreau. En la literatura, Susana San Juan, Anne Marie Schweitzer (la mamá de Sartre en Las palabras), Anaís Nin (la real y la ficticia), June Edith Smith y Cecilia Valdés. En la vida real me hubiera gustado estar muy cerca de la santa y perversa Isabel la Católica.


- ¿Y las protagonistas de novela que te enamoraron?


- Anna Karenina es un tipo de mujer que uno ha conocido en algún momento de la vida. Es posible que uno se hubiera enamorado de ella y que en el transcurso de la trayectoria amorosa se hubiera desilusionado. Pero naturalmente, jamás aceptaríamos lo último, porque hemos idealizamos demasiado el personaje literario, que además, es hermoso y perdurable. Quizás pensemos que Madame Bovary hubiese sido nuestra amante, pero nadie dice que nos identificamos con el esposo. En los años sesenta yo me enamoré seriamente de “La Maga” de Cortázar, pero también de Talita. Después las desdeñé, pero siempre estuve tragado de Susana San Juan, la alucinada y delirante mujer de Pedro Páramo. (Ahora pienso que en eso ha debido influir la bella Pilar Pellicer, la actriz que la caracterizó en la película de Carlos Velo). Y, bueno, siempre me he sentido enamorado de la amada de José Asunción Silva (Elvira, o quien fuera), la que anduvo de su mano en aquella “noche tibia de la muerta primavera”...


- ¿Y en los protagonistas de novelas (literarias)?


- Mira, Pedro Páramo es un personaje absolutamente abominable (al contrario de Susana San Juan). No tiene una sola cualidad, un solo gesto de generosidad o de ternura, lo cual es un defecto aparente de la novela. Pero al igual que el detestable Alfonso Pereira en Huasipungo, a pesar del maniqueísmo manifiesto, paradójicamente contribuyen al encanto misterioso y hasta poético de las obras. Todo lo contrario de lo que ocurre con el dictador Alvarado de El otoño del patriarc, que resulta ser tan humano y tan veraz que tiene momentos en que mueve a la ternura y a la compasión. En general rechazo las actitudes de los protagonistas injustos y despóticos, aunque tengan en el fondo algunos rasgos fascinantes otorgados por el talento de sus creadores.


- ¿Cuál es o cuáles son los personajes de novela más enternecedores? ¿Los más tiernos? ¿Los que quisieras compartir con ellos una copa de vino?


- Bueno, vamos por partes. Personajes literarios enternecedores los encabeza sin duda Jesucristo en la novela rulfiana El Nuevo Testament", pero desde luego, Don Quijote de la Mancha, Stephan Dedalus, Anna Karenina, José K y Molloy. Salvo con Jesucristo, no bebería vino con ninguno de ellos. ¿Los más tiernos? Tom Sawyer, Molly Bloom, Remedios la Bella, Susana San Juan (me pasaría horas dándole besitos) y Platero Jiménez. ¿Y con quiénes me gustaría beber un whisky, una vodka, un aguardiente o un mao-dei, de manera muy especial? Con Santiago Zavala (Zavalita), el personaje de Conversación en La Catedral (Vargas Llosa); con “Stirlitz”, el espía soviético de 17 instantes de una primavera, de Yulian Semionov; con la comisaria china del cuento “La camarada de Pekín” de Jorge Enrique Adoum; con la sirvienta del “Cuento de la isla desconocida” de Saramago y con Álvaro Mendiola, el protagonista de “Señas de identidad” de Juan Goytisolo.


- ¿Cómo era la cotidianidad cultura en el colegio?


- Tuve la suerte de que tanto en los colegios de primaria como en los de secundaria se privilegiaban los asuntos culturales, en especial los literarios. En la primaria estudié en un colegio dirigido por el profesor Samuel Camargo Uribe y su esposa, la
educadora ecuatoriana Rebeca Hidalgo de Camargo. Ella nos enseñaba poemas, canciones, historias y leyendas del Ecuador. Allí declamábamos y pronunciábamos discursos exaltando a los próceres de la Independencia. Representábamos comedias y zarzuelas, lo mismo que cantábamos el vals “Sobre las olas”. En el bachillerato, a don Tito Tulio Roa, rector del Gimnasio Boyacá y profundamente conservador y católico, le fascinaban los poemas que yo escribía al estilo de la “Canción de gesta” de Neruda, donde exaltaba las luchas sociales en Colombia y atacaba a los yankis por el robo de Panamá. Don Tito fomentaba los centros literarios y los periódicos estudiantiles, y allí conformamos en 1962 el Grupo de Palermo con Pemán, Luis Fayad y Álvaro Miranda, entre otros.


- ¿Cuál fue la mejor infancia de aquellos grandes hombres?


- Indudablemente, la de Pablo Neruda cuando era Neftalí Reyes Basoalto. Vivió los años de su infancia en olor de poesía. Lo único que le importaba era pensar, leer poesía, imaginar, escribir... Se veía vivir mientras escribía. Escribía todo lo que observaba y cada instante era un deleite, era un hechizo sonoro, era un rayo de asombro...


- ¿Cuál fue la primera de las grandes novelas que tuviste en tus manos?


- La náusea. No sé si te conté que en mi infancia y a comienzos de la adolescencia vivíamos en la casa de mi abuelo materno como tres o cuatro familias juntas: padres, hermanos, tías y primos. Y Pepe Stevenson, primo hermano mío, era en 1959 y 60, el discípulo predilecto de Estanislao Zuleta, quien adoraba a Sartre por sobre todas las cosas. De manera que Pepe puso en mis manos la novela estelar del filósofo existencialista. Leí La náusea a los 13 años y “quedé marcado para siempre con hierro ardiente de aquel recuerdo”...


- ¿Qué novela siempre repites en su lectura? ¿Cuál o cuáles son las recurrentes?


- Me parece que eso es algo cíclico. Por ejemplo, yo leí muchìsimas veces el Trópico de cáncer, entre los 18 y los 35 años. Lo mismo me pasó con Pedro Páramo (novela que leí por primera vez en 1960 cuando se vendió en Bogotá una promoción del Fondo de Cultura Económica), y con El otoño del patriarca en la década del 70. Pero a la que siempre vuelvo con fervor cada vez mayor es a Molloy de Samuel Beckett. Ultimamente me he apegado mucho a Desgracia de Coetzee y a Estambul de Pamuk.


- ¿Qué personajes femeninos te cautivaron hasta más allá del enamoramiento platónico?


- De niño me enamoré con locura de Rita Hayworth en la película “Salomé”. Luego me embrujaron Anna Magnani y Jeanne Moreau. En la literatura, Susana San Juan, Anne Marie Schweitzer (la mamá de Sartre en Las palabras), Anaís Nin (la real y la ficticia), June Edith Smith y Cecilia Valdés. En la vida real me hubiera gustado estar muy cerca de la santa y perversa Isabel la Católica.


- ¿Y las protagonistas de novela que te enamoraron?


- Anna Karenina es un tipo de mujer que uno ha conocido en algún momento de la vida. Es posible que uno se hubiera enamorado de ella y que en el transcurso de la trayectoria amorosa se hubiera desilusionado. Pero naturalmente, jamás aceptaríamos lo último, porque hemos idealizamos demasiado el personaje literario, que además, es hermoso y perdurable. Quizás pensemos que Madame Bovary hubiese sido nuestra amante, pero nadie dice que nos identificamos con el esposo. En los años sesenta yo me enamoré seriamente de “La Maga” de Cortázar, pero también de Talita. Después las desdeñé, pero siempre estuve tragado de Susana San Juan, la alucinada y delirante mujer de Pedro Páramo. (Ahora pienso que en eso ha debido influir la bella Pilar Pellicer, la actriz que la caracterizó en la película de Carlos Velo). Y, bueno, siempre me he sentido enamorado de la amada de José Asunción Silva (Elvira, o quien fuera), la que anduvo de su mano en aquella “noche tibia de la muerta primavera”...



- ¿Y en los protagonistas de novelas (literarias)?




- Mira, Pedro Páramo es un personaje absolutamente abominable (al contrario de Susana San Juan). No tiene una sola cualidad, un solo gesto de generosidad o de ternura, lo cual es un defecto aparente de la novela. Pero al igual que el detestable Alfonso Pereira en Huasipungo, a pesar del maniqueísmo manifiesto, paradójicamente contribuyen al encanto misterioso y hasta poético de las obras. Todo lo contrario de lo que ocurre con el dictador Alvarado de El otoño del patriarc, que resulta ser tan humano y tan veraz que tiene momentos en que mueve a la ternura y a la compasión. En general rechazo las actitudes de los protagonistas injustos y despóticos, aunque tengan en el fondo algunos rasgos fascinantes otorgados por el talento de sus creadores.


- ¿Cuál es o cuáles son los personajes de novela más enternecedores? ¿Los más tiernos? ¿Los que quisieras compartir con ellos una copa de vino?


- Bueno, vamos por partes. Personajes literarios enternecedores los encabeza sin duda Jesucristo en la novela rulfiana El Nuevo Testament", pero desde luego, Don Quijote de la Mancha, Stephan Dedalus, Anna Karenina, José K y Molloy. Salvo con Jesucristo, no bebería vino con ninguno de ellos. ¿Los más tiernos? Tom Sawyer, Molly Bloom, Remedios la Bella, Susana San Juan (me pasaría horas dándole besitos) y Platero Jiménez. ¿Y con quiénes me gustaría beber un whisky, una vodka, un aguardiente o un mao-dei, de manera muy especial? Con Santiago Zavala (Zavalita), el personaje de Conversación en La Catedral (Vargas Llosa); con “Stirlitz”, el espía soviético de 17 instantes de una primavera, de Yulian Semionov; con la comisaria china del cuento “La camarada de Pekín” de Jorge Enrique Adoum; con la sirvienta del “Cuento de la isla desconocida” de Saramago y con Álvaro Mendiola, el protagonista de “Señas de identidad” de Juan Goytisolo.


- ¿Hasta el amanecer con quién?


- Con Bella Ajmadúlina, la gran poeta rusa, junto a una botella de vodka y abundantes picadas, escuchando jazz o czardas y hablando de literatura (con mucho énfasis en la poesía y la narrativa del
siglo XX), mientras contemplamos el esplendor nocturno de Bogotá o de Moscú.


- ¿Crees que todo tiempo pasado fue mejor?


- Depende, porque antes no existía la anestesia, ni el airbús, ni la internet, ni mis hijos, ni Ormak Pamuk, ni Coetzee, ni Skahira... Pero era mejor porque el aire era más puro, Bogotá era más bonita y tenía menos gente. Además, estaba vivo Neruda y yo era más feliz.


- ¿Cuál crees que son los dos o tres hechos más humillantes de la humanidad?


- Los últimos años de Bolívar fueron dolorosamente humillantes: la manera como lo trataron los leguleyos santanderistas y los politiqueros granadinos, cómo intentaron asaltarlo y asesinarlo, y pensar que esos mismos homicidas frustrados fueron los que fundaron los partidos tradicionales: Mariano Ospina Rodríguez y Ezequiel Rojas; cómo lo sacaron de Bogotá entre insultos y escarnios, gritándole “¡Longanizo!”, para luego llegar agónico ir a morir a la única ciudad realista que quedaba en Colombia, mi patria chica, absolutamente solo, incomprendido, abandonado y paupérrimo. Tengo el orgullo secreto (que ahora hago público) de que en la Nave de la Epístola de la Catedral de Santa Marta, perteneciente a la familia Díaz-Granados, reposaron sus restos mortales.


- ¿De qué deberá arrepentirse el hombre?


- De ser intolerante, codicioso, de ampararse en las religiones para cometer toda clase de delitos e ignominias, de acomodar la palabra de Dios a sus intereses económicos y políticos, de contaminar el aire y acabar con millares de especies animales. Pero sobre todo deberá arrepentirse de ser el único animal que ataca y mata a su propia especie.


- ¿En qué siglo te hubiera gustado haber vivido?


- Me siento muy a gusto en el siglo XXI, a pesar de contener tantas amenazas ambientales. El siglo XX, en cambio, fue trágico y deslumbrante. La infamia se entronizó. Hubo millones de muertos por guerras y bombas, pero borró costumbres y acciones que se mantuvieron durante miles de miles de años, para darles a los humanos novedosas dimensiones. Por ejemplo: se inventó el cine, la luz eléctrica, el rayo laser, el linotipo, la internet. Vivimos los universos maravillosos de Picasso, Chaplin, Einstein, Stravinsky y Joyce. La caballería desapareció de los campos de batalla. Hubo un momento en 1917 (¿Cuánto duró: días, horas, minutos?) en que por primera vez en la historia de la humanidad, por encima del proletariado no hubo nadie jodiéndolo. Y además, el hombre pudo volar. Pero volviendo a tu pregunta, a mí me gustaría volver a vivir en el siglo pasado, en los años 60, en Bogotá, en París y en Praga.


- ¿Cómo fuiste estructurando tu primer libro publicado?


- Mi primer libro fue El laberinto, un poema experimental publicado en 1968 en forma de "plaquette", con muy pocas páginas, muy influido por las prosas narrativas de Cortázar, Rulfo y Carlos Fuentes. Pero ya, desde 1962, yo tenía la idea de estructurar un poemario que se fuera ampliando en las sucesivas ediciones, algo así como el Cántico de Jorge Guillén. Entonces le iba agregando poemas con temas que por ese entonces me subyugaban, como eran la figura de mi padre y el mundo de la Zona Bananera del Magdalena donde los dos habíamos vivido una temporada poco antes de su muerte. En 1978 publiqué una segunda edición aumentada con tiraje limitado, hecha en fotocopias y en una publicación muy rústica. Allí entran nuevas temáticas como el amor, la cotidianidad, los sueños. En la tercera edición, de 1980, hay poemas de diversa temática y estructura: haikús, sonetos, poemas de versos anchos como los de Whitman, etc. Dos años después publiqué en forma privada una cuarta edición aumentada, con experimentos, neologismos, estructuras tradicionales y prosas de conciencia desordenada. Y ese mismo año, 1984, salió la quinta, la edición definitiva o primera edición completa de El laberinto, ordenada de manera casi matemática por secciones y subsecciones, todas ellas, junto con los propios poemas, numerados al estilo de los libros de poesía de Juan Ramón Jiménez. Y también, cada cinco versos, se numeraba en el margen derecho de cada página. Y al final agregué un anexo: Los papeles de Dionisio, ocho cuentos, que fueron el embrión técnico y estilístico de mi novela Las puertas del infierno, publicada dos años después. Total: 200 páginas. El laberinto es un libro desigual, polimorfo, algo caótico, pero fue la razón de mi existencia durante 22 años, pues lo construí entre 1962 y 1984. Ahora ese libro es inconseguible. Yo mismo tengo sólo dos ejemplares. Uno de ellos me lo consiguió mi amigo librero Álvaro Castillo Granada, y estaba dedicado por mí a Fernando Charry Lara.


- ¿El proceso de escribir un libro produce angustia? ¿tensión? ¿dolor? ¿drama?


- El proceso de exorcismo es angustioso en el sentido de que la escritura vaya a resultar inferior al proyecto soñado. Sería frustrante que el escrito esté plagado de lugares comunes, de párrafos planos, simples, desapasionados. Es entonces cuando, luego de haber derramado todo lo que tenemos dentro, comencemos a elaborar el texto como Dios manda: corregirlo, pulirlo, perfeccionarlo. No olvidemos que no basta con que un texto esté bien escrito: hay que tratar de convertirlo en obra de arte.


- ¿Qué sucede con tus libros cuando aparecen en letras de imprenta en manos de otros que no son tus manos?


- Todo escritor sabe que sus libros les pertenecen hasta que salen publicados. De ahí en adelante son de los lectores. Además, el fruto de las obsesiones y exorcismos íntimos se convierte de pronto en estuche ajeno: la carátula es del pintor o del diseñador, tiene un lomo que no existía en tu original anillado, en otra hoja aparece el pie de imprenta con los respectivos créditos, o sea, con otros nombres. El texto aparece con un tipo de letra totalmente distinto al que tú escribiste. En fin, ya ese libro deja de ser tuyo para pertenecer a innumerables e invisibles manos (y ojos y sentidos y sueños).


- ¿Subrayas algunas frases en los libros? ¿Señalas tus lecturas doblando los vértices de las hojas?


- Sí. Siento un placer infinito subrayando en los libros, las frases o párrafos que me estremecen a medida que avanzo en la lectura (o en la relectura). Te repito de memoria algunas frases que me llamaron la atención cuando era adolescente: "Una ciudad es un mundo cuando se ama a uno de sus habitantes" (L. Durrell: "Justine"); "Mandar y obedecer es lo mismo... Nunca he dado una orden sin reír, sin hacer reír. Es que a mí no me corroe el chancro del poder" (J. P. Sartre: "Las palabras"). "He hablado de París según era en los primeros tiempos, cuando éramos tan pobres y tan felices" (E. Hemingway: "París era una fiesta"). "Y en la insurrección de la luz, despertar con los que despertaron / o seguir en el sueño alcanzando la otra orilla del mar que no tiene otra orilla" (Pablo Neruda, "La barcarola"). No me gusta doblar los vértices de las hojas porque me parece que con el tiempo se pueden partir.


- ¿Un ex presidente se merecería cuál libro?


- La noche quedó atrás de Jan Valtin.



- ¿Tienes un libro que quieres leer pero te emociona tanto que esperas un tiempo para hacerlo?




- Me sucedió con "Cien años de soledad". Lo tuve en mis manos en octubre de 1967 y lo vine a leer a comienzos de 1969. Y me ha ocurrido con otros libros ("Mi amigo Henry Miller", de Alfred Perlés, "De cerca y de memoria", de Jorge Enrique Adoum, "Adiós bandera roja", de E. Evtushenko y "Memoria de la melancolía", de María Teresa León). Pero el colmo fue hace pocos años cuando compré los cinco volúmenes de las "Obras completas" de Pablo Neruda (editadas por Galaxia Gutemberg) y las contemplaba en mi biblioteca como si fuera un libro sagrado en el altar. No me atrevía ni a tocarlos. (Obviamente, y por fortuna, tengo varios tomos de sus "Obras completas" en las distintas ediciones de Losada, leídos, releídos, subrayados y manoseados hasta más no poder). Un buen día decidí abrirlos, les puse mi nombre, los hojeé, los subrayé y me embebí en la sumersión total de su "Nerudiana dispersa" y de sus poemas políticos desconocidos como el texto contra el Mariscal Tito en que lo compara con "Tacho" Somoza y lo titula "Titacho"... Son temores reverenciales que todos los poetas tenemos.



- Muchos escritores han dado consejos a los nuevos escritores. ¿Cuáles serían los tuyos?




- Ya se ha vuelto un lugar común decir esto: "El mejor consejo a un joven escritor es que no oiga consejos". Claro está que es cierto. Uno debe escribir y punto. Pero, tampoco. Yo no solamente les diría sino que les he dicho a los nuevos escritores: lean, escriban y observen. Que lean mucho, sobre todo lo que les interese: poesía, narrativa, ensayo. O todo eso. Que escriban mucho, sin importarles la publicación. Que luego pulan lo escrito, que se esmeren en hacer una cosa buena, de calidad, pues después les espera una guillotina mental que es tratar de elaborar una obra de arte. Pero también que observen mucho el comportamiento humano. Con todos esos elementos pueden llegar a ser escritores. Bueno, al menos eso creo yo.


- ¿Qué te hace perder la paciencia? ¿Una novela mal escrita? ¿Una llamada que jamás te llega? ¿Una amiga absolutamente incumplida? ¿Las groserías de un expresidentes? ¿La indolencia ante la tristeza?


- Todo lo anterior, pero con algunas diferencias: una novela mal escrita, sencillamente la olvido por ahí. Claro está que una novela de Pío Baroja, por ejemplo, o de Roberto Artl, autores bastante descuidados en materia de redacción y gramática, nos resultan siempre seductoras. Una llamada que jamás llega o una amiga absolutamente incumplida nos obliga a tomar decisiones: ¡al diablo con la llamada! y ¡al diablo con la amiga! Las groserías de un expresidente no logran sacarme de quicio, pues tarde o temprano le ocurre lo que al toro miura, que muere intoxicado por su propia rabia. Y la indolencia ante la tristeza nos produce precisamente más tristeza. Lo que me hace perder la paciencia es, por ejemplo, hacer cola o esperar largo tiempo en el Catastro, en los bancos, en las estaciones del Transmilenio, en los consultorios médicos o aguardar respuestas de los editores.


- ¿Recuerdas algo especial que te hubiera sucedido para decidieras escribir tu primera novela o tu primer cuento o tu primer verso?


- Estaba en plena adolescencia en 1963 y un domingo fui al Teatro Colombia (hoy Jorge Eliécer Gaitán) a ver El día más largo del siglo. Acababa de leer dos novelas: La casa grande de Álvaro Cepeda Samudio, La muerte de Artemio Cruz de Carlos Fuentes y El rey viejo de Fernando Benítez. Me estaba comiendo una barra de chocolate Baby Johnny`s cuando de súbito, en mitad de la película, se me vino a la mente escribir una novela sobre los diez últimos días de Simón Bolívar en Santa Marta. Un capítulo sería narrado de manera lineal en tercera persona; el siguiente en segunda persona, el siguiente sería un monólogo sobre la ingratitud de los hombres; el cuarto, una carta escrita al estilo de las epístolas del Libertador; el siguiente capítulo sería una reflexión de Manuelita Sáenz, luego vendría un diálogo en forma teatral, y así, seguiría experimentando hasta el capítulo final que sería un monólogo interior sin puntos ni comas. Cuando llegué a mi casa en la noche me senté a escribir la historia de un tirón. Era tal mi entusiasmo, mi febril creatividad y mi alegría creadora que terminé el libro en una semana. Recuerdo que trabajé la novela durante un año. Primero la titulé Martirologio y luego El día de difuntos. A principios de 1964 la pasé en limpio y se la envié a Carlos Barral. Era una novela muy corta. Meses después recibí su respuesta en la que me decía que “tenía madera” y que cuando tuviera una “novela de verdad” él estaría complacido en convertirse en mi editor. Poco después, con nuevos proyectos literarios en la cabeza, destruí ese primer intento de novela.


- Hubo novelas de la Violencia, luego novelas del realismo mágico y posteriormente de tiros, tetas, paraísos, capos…¿Estás en alguno de esos grupos o crees que tu literatura no se encasilla en ninguno?


- Mi novela Las puertas del infierno, publicada en
1985, hace 25 años, es un híbrido afortunado: cuando la escribí, entre 1976 y 1982, yo pasaba por un período de mi vida bastante azaroso y depresivo, pero al mismo tiempo muy rico en vivencias tanto en mi cotidianidad como en mis lecturas literarias. Era prácticamente un vagabundo, bohemio, un azotacalles, y mientras escribía la novela, corregía su escritura en ella misma. El profesor y narrador Jaime Alejandro Rodríguez la calificó de “metaficcional”. Jonathan Tittler la llamó, generosa y desmesuradamente, un “Ulises bogotano”. Manuel Zapata Olivella dijo que era la novela de los condenados de la tierra. Pemán la encasilló como “pornografía mística”. Gonzalo Mallarino (padre) escribió que era la fotografía en negativo de una autobiografía novelada. Y algún reseñador reciente la ubicó como “autoficción”. De manera que no cabe en los calificativos de tu pregunta, aunque hay muchas tetas y uno que otro paraíso.


- ¿Cómo ves la literatura colombiana hoy después de ocho años de mesianismo? ¿Hubo literatura comprometida? ¿Hubo literatura indiferente?


- Los ocho años de mesianismo polarizaron al país de una manera alarmante. Como nunca antes, el colombiano medio ha generado una capacidad de odio increíble, que se trasluce en las conversaciones familiares, en los diálogos de oficina, en las tertulias, en los comentarios de los lectores de periódico escritos al margen de las noticias. Y lo tragicómico del asunto es que la mayoría de los odiadores y discutidores apasionados envían mensajes por internet con montajes pornográficos, con agravios e insultos contra los enemigos del mesías de pacotilla y luego dicen que son cristianos o católicos y hasta bendicen al prójimo. Todo eso, indudablemente, se convertirá en literatura, pero todavía no existe la perspectiva suficiente para serlo. Por ahora, lo único nuevo en industria editorial son las crónicas de los ex secuestrados, las memorias de ex guerrilleros y ex paracos y las novelas sobre narcos y sicarios. Algunas muy buenas, por cierto. Donde veo que hay realmente un aporte creativo, novedosa calidad y hasta belleza es en la nueva poesía colombiana.


- ¿Habrá algún escritor atrevido u osado u oportunista u oportuno que se atreva a escribir algo sobre esos ocho años sin sentir pudor?


- Supongo que los futuros historiadores tendrán mucho material para analizar el ochenio tétrico. Los apologistas, obviamente, tienen que ser los que fueron altos funcionarios del ochenio o sus usufructuarios, quienes desde luego desconocen el pudor.


- Tomando las palabras de Pablo Neruda a quien conociste muy bien: ¿Confiesas que has vivido?


- Y bebido... Claro. Eso es relativo. Desde niño fui muy casero, me la pasaba leyendo libros, revistas de historietas, redactaba y armaba periódicos, escribía poemas y novelas en los cuadernos del colegio. Mi padre era abogado y estadístico. Mi madre pintaba y esculpía. Yo hablaba solo, tenía un hermano imaginario. Con Manuel, mi hermano real, inventaba países: Tatay, Bostejuden, Langai... Los fines de semanas había fiestas y tertulias en la casa de mi abuelo materno y mis tías, en Bogotá, y allí se tocaba el piano, el violín, el serrucho. A veces iba un trompetista de la Costa llamado Juan de la Cruz Acosta y Calderón y V., y se armaba la parranda con un tío que era mago y tocaba la batería. Iba siempre el poeta Víctor Amaya González y otros compañeros de la Estadística de mi papá y de mi tío Carlos Valdeblánquez (en esa época, Luis Vidales estaba exiliado en Chile), amigos bohemios que recitaban y contaban infinidad de anécdotas sobre los escritores y artistas famosos. Los domingos iba a cine con mis amiguitos del barrio Palermo. Ya siendo adolescente frecuentaba los cafés del Centro con mis compañeros literatos del colegio: Luis Fayad, Camuilo Silva Zárate, Alvaro Miranda, Pemán, los Zúñiga, César Amaya... Leíamos en voz alta a Sartre, a Neruda, a Hemingway, a Stefan Zweig. A mediados de 1965 me fui a vivir con mi papá una temporada a la Zona Bananera del Magdalena y a los pocos meses de estar allí me enfermé gravemente con una misteriosa enfermedad gastrointestinal que ni Bonilla-Naar -que era poeta, pero sobretodo, era el mejor gastroenterólogo del país-, me pudo curar. Duré diez años postrado. Además, como era fumador empedernido, sufrí de pólipos en las cuerdas vocales. Vivía enfermo, no salía de la casa. Los papás de mis amigos me encargaban trabajos mecanográficos y hacía tesis de grado y con eso medio subsistía. Mientras tanto, escribía como un poseso: poemas, cuentos, noveletas, que siempre terminaba rompiendo. La primera vez que salí del país lo hice a los veinticuatro años por invitación de Manuel Zapata Olivella: fui a Venezuela y allí compartí inolvidables momentos con Neruda, León de Greiff , Anderson-Imbert, Otero Silva, y Elvio Romero. Cuando estuve en la URSS, ya era un hombre de cuarenta años. Luego estuve en Alemania Oriental y viví cinco años exiliado en Cuba. En Moscú, Leningrado, Berlín Oriental, Leipzig y Jena, mis amigos se burlaban porque mientras ellos se iban de rumba yo me la pasaba visitando iglesias ortodoxas y museos. Quizás he tenido más vida interior que mundana, casi siempre leyendo, escribiendo, dictando conferencias, tomando con mis amigos, saboreando deliciosas viandas y amando a las mujeres más hechizantes del planeta. No terminé nunca el bachillerato, no tengo doctorados ni licenciaturas, no soy académico ni he ejercido altos cargos. Ni siquiera tengo casa propia. Pero sí te puedo asegurar que, si ninguna duda, he vivido.

miércoles, 13 de octubre de 2010

EL SUR,CUENTO DE JORGE LUIS BORGES.

El sur
[Cuento. Texto completo]
Jorge Luis Borges

El hombre que desembarcó en Buenos Aires en 1871 se llamaba Johannes Dahlmann y era pastor de la Iglesia evangélica; en 1939, uno de sus nietos, Juan Dahlmann, era secretario de una biblioteca municipal en la calle Córdoba y se sentía hondamente argentino. Su abuelo materno había sido aquel Francisco Flores, del 2 de infantería de línea, que murió en la frontera de Buenos Aires, lanceado por indios de Catriel: en la discordia de sus dos linajes, Juan Dahlmann (tal vez a impulso de la sangre germánica) eligió el de ese antepasado romántico, o de muerte romántica. Un estuche con el daguerrotipo de un hombre inexpresivo y barbado, una vieja espada, la dicha y el coraje de ciertas músicas, el hábito de estrofas del Martín Fierro, los años, el desgano y la soledad, fomentaron ese criollismo algo voluntario, pero nunca ostentoso. A costa de algunas privaciones, Dahlmann había logrado salvar el casco de una estancia en el Sur, que fue de los Flores: una de las costumbres de su memoria era la imagen de los eucaliptos balsámicos y de la larga casa rosada que alguna vez fue carmesí. Las tareas y acaso la indolencia lo retenían en la ciudad. Verano tras verano se contentaba con la idea abstracta de posesión y con la certidumbre de que su casa estaba esperándolo, en un sitio preciso de la llanura. En los últimos días de febrero de 1939, algo le aconteció.

Ciego a las culpas, el destino puede ser despiadado con las mínimas distracciones. Dahlmann había conseguido, esa tarde, un ejemplar descabalado de Las Mil y Una Noches de Weil; ávido de examinar ese hallazgo, no esperó que bajara el ascensor y subió con apuro las escaleras; algo en la oscuridad le rozó la frente, ¿un murciélago, un pájaro? En la cara de la mujer que le abrió la puerta vio grabado el horror, y la mano que se pasó por la frente salió roja de sangre. La arista de un batiente recién pintado que alguien se olvidó de cerrar le habría hecho esa herida. Dahlmann logró dormir, pero a la madrugada estaba despierto y desde aquella hora el sabor de todas las cosas fue atroz. La fiebre lo gastó y las ilustraciones de Las Mil y Una Noches sirvieron para decorar pasadillas. Amigos y parientes lo visitaban y con exagerada sonrisa le repetían que lo hallaban muy bien. Dahlmann los oía con una especie de débil estupor y le maravillaba que no supieran que estaba en el infierno. Ocho días pasaron, como ocho siglos. Una tarde, el médico habitual se presentó con un médico nuevo y lo condujeron a un sanatorio de la calle Ecuador, porque era indispensable sacarle una radiografía. Dahlmann, en el coche de plaza que los llevó, pensó que en una habitación que no fuera la suya podría, al fin, dormir. Se sintió feliz y conversador; en cuanto llegó, lo desvistieron; le raparon la cabeza, lo sujetaron con metales a una camilla, lo iluminaron hasta la ceguera y el vértigo, lo auscultaron y un hombre enmascarado le clavó una aguja en el brazo. Se despertó con náuseas, vendado, en una celda que tenía algo de pozo y, en los días y noches que siguieron a la operación pudo entender que apenas había estado, hasta entonces, en un arrabal del infierno. El hielo no dejaba en su boca el menor rastro de frescura. En esos días, Dahlmann minuciosamente se odió; odió su identidad, sus necesidades corporales, su humillación, la barba que le erizaba la cara. Sufrió con estoicismo las curaciones, que eran muy dolorosas, pero cuando el cirujano le dijo que había estado a punto de morir de una septicemia, Dahlmann se echó a llorar, condolido de su destino. Las miserias físicas y la incesante previsión de las malas noches no le habían dejado pensar en algo tan abstracto como la muerte. Otro día, el cirujano le dijo que estaba reponiéndose y que, muy pronto, podría ir a convalecer a la estancia. Increíblemente, el día prometido llegó.

A la realidad le gustan las simetrías y los leves anacronismos; Dahlmann había llegado al sanatorio en un coche de plaza y ahora un coche de plaza lo llevaba a Constitución. La primera frescura del otoño, después de la opresión del verano, era como un símbolo natural de su destino rescatado de la muerte y la fiebre. La ciudad, a las siete de la mañana, no había perdido ese aire de casa vieja que le infunde la noche; las calles eran como largos zaguanes, las plazas como patios. Dahlmann la reconocía con felicidad y con un principio de vértigo; unos segundos antes de que las registraran sus ojos, recordaba las esquinas, las carteleras, las modestas diferencias de Buenos Aires. En la luz amarilla del nuevo día, todas las cosas regresaban a él.

Nadie ignora que el Sur empieza del otro lado de Rivadavia. Dahlmann solía repetir que ello no es una convención y que quien atraviesa esa calle entra en un mundo más antiguo y más firme. Desde el coche buscaba entre la nueva edificación, la ventana de rejas, el llamador, el arco de la puerta, el zaguán, el íntimo patio.

En el hall de la estación advirtió que faltaban treinta minutos. Recordó bruscamente que en un café de la calle Brasil (a pocos metros de la casa de Yrigoyen) había un enorme gato que se dejaba acariciar por la gente, como una divinidad desdeñosa. Entró. Ahí estaba el gato, dormido. Pidió una taza de café, la endulzó lentamente, la probó (ese placer le había sido vedado en la clínica) y pensó, mientras alisaba el negro pelaje, que aquel contacto era ilusorio y que estaban como separados por un cristal, porque el hombre vive en el tiempo, en la sucesión, y el mágico animal, en la actualidad, en la eternidad del instante.

A lo largo del penúltimo andén el tren esperaba. Dahlmann recorrió los vagones y dio con uno casi vacío. Acomodó en la red la valija; cuando los coches arrancaron, la abrió y sacó, tras alguna vacilación, el primer tomo de Las Mil y Una Noches. Viajar con este libro, tan vinculado a la historia de su desdicha, era una afirmación de que esa desdicha había sido anulada y un desafío alegre y secreto a las frustradas fuerzas del mal.

A los lados del tren, la ciudad se desgarraba en suburbios; esta visión y luego la de jardines y quintas demoraron el principio de la lectura. La verdad es que Dahlmann leyó poco; la montaña de piedra imán y el genio que ha jurado matar a su bienhechor eran, quién lo niega, maravillosos, pero no mucho más que la mañana y que el hecho de ser. La felicidad lo distraía de Shahrazad y de sus milagros superfluos; Dahlmann cerraba el libro y se dejaba simplemente vivir.

El almuerzo (con el caldo servido en boles de metal reluciente, como en los ya remotos veraneos de la niñez) fue otro goce tranquilo y agradecido.

Mañana me despertaré en la estancia, pensaba, y era como si a un tiempo fuera dos hombres: el que avanzaba por el día otoñal y por la geografía de la patria, y el otro, encarcelado en un sanatorio y sujeto a metódicas servidumbres. Vio casas de ladrillo sin revocar, esquinadas y largas, infinitamente mirando pasar los trenes; vio jinetes en los terrosos caminos; vio zanjas y lagunas y hacienda; vio largas nubes luminosas que parecían de mármol, y todas estas cosas eran casuales, como sueños de la llanura. También creyó reconocer árboles y sembrados que no hubiera podido nombrar, porque su directo conocimiento de la campaña era harto inferior a su conocimiento nostálgico y literario.

Alguna vez durmió y en sus sueños estaba el ímpetu del tren. Ya el blanco sol intolerable de las doce del día era el sol amarillo que precede al anochecer y no tardaría en ser rojo. También el coche era distinto; no era el que fue en Constitución, al dejar el andén: la llanura y las horas lo habían atravesado y transfigurado. Afuera la móvil sombra del vagón se alargaba hacia el horizonte. No turbaban la tierra elemental ni poblaciones ni otros signos humanos. Todo era vasto, pero al mismo tiempo era íntimo y, de alguna manera, secreto. En el campo desaforado, a veces no había otra cosa que un toro. La soledad era perfecta y tal vez hostil, y Dahlmann pudo sospechar que viajaba al pasado y no sólo al Sur. De esa conjetura fantástica lo distrajo el inspector, que al ver su boleto, le advirtió que el tren no lo dejaría en la estación de siempre sino en otra, un poco anterior y apenas conocida por Dahlmann. (El hombre añadió una explicación que Dahlmann no trató de entender ni siquiera de oír, porque el mecanismo de los hechos no le importaba).

El tren laboriosamente se detuvo, casi en medio del campo. Del otro lado de las vías quedaba la estación, que era poco más que un andén con un cobertizo. Ningún vehículo tenían, pero el jefe opinó que tal vez pudiera conseguir uno en un comercio que le indicó a unas diez, doce, cuadras.

Dahlmann aceptó la caminata como una pequeña aventura. Ya se había hundido el sol, pero un esplendor final exaltaba la viva y silenciosa llanura, antes de que la borrara la noche. Menos para no fatigarse que para hacer durar esas cosas, Dahlmann caminaba despacio, aspirando con grave felicidad el olor del trébol.

El almacén, alguna vez, había sido punzó, pero los años habían mitigado para su bien ese color violento. Algo en su pobre arquitectura le recordó un grabado en acero, acaso de una vieja edición de Pablo y Virginia. Atados al palenque había unos caballos. Dahlmam, adentro, creyó reconocer al patrón; luego comprendió que lo había engañado su parecido con uno de los empleados del sanatorio. El hombre, oído el caso, dijo que le haría atar la jardinera; para agregar otro hecho a aquel día y para llenar ese tiempo, Dahlmann resolvió comer en el almacén.

En una mesa comían y bebían ruidosamente unos muchachones, en los que Dahlmann, al principio, no se fijó. En el suelo, apoyado en el mostrador, se acurrucaba, inmóvil como una cosa, un hombre muy viejo. Los muchos años lo habían reducido y pulido como las aguas a una piedra o las generaciones de los hombres a una sentencia. Era oscuro, chico y reseco, y estaba como fuera del tiempo, en una eternidad. Dahlmann registró con satisfacción la vincha, el poncho de bayeta, el largo chiripá y la bota de potro y se dijo, rememorando inútiles discusiones con gente de los partidos del Norte o con entrerrianos, que gauchos de ésos ya no quedan más que en el Sur.

Dahlmann se acomodó junto a la ventana. La oscuridad fue quedándose con el campo, pero su olor y sus rumores aún le llegaban entre los barrotes de hierro. El patrón le trajo sardinas y después carne asada; Dahlmann las empujó con unos vasos de vino tinto. Ocioso, paladeaba el áspero sabor y dejaba errar la mirada por el local, ya un poco soñolienta. La lámpara de kerosén pendía de uno de los tirantes; los parroquianos de la otra mesa eran tres: dos parecían peones de chacra: otro, de rasgos achinados y torpes, bebía con el chambergo puesto. Dahlmann, de pronto, sintió un leve roce en la cara. Junto al vaso ordinario de vidrio turbio, sobre una de las rayas del mantel, había una bolita de miga. Eso era todo, pero alguien se la había tirado.

Los de la otra mesa parecían ajenos a él. Dalhman, perplejo, decidió que nada había ocurrido y abrió el volumen de Las Mil y Una Noches, como para tapar la realidad. Otra bolita lo alcanzó a los pocos minutos, y esta vez los peones se rieron. Dahlmann se dijo que no estaba asustado, pero que sería un disparate que él, un convaleciente, se dejara arrastrar por desconocidos a una pelea confusa. Resolvió salir; ya estaba de pie cuando el patrón se le acercó y lo exhortó con voz alarmada:

-Señor Dahlmann, no les haga caso a esos mozos, que están medio alegres.

Dahlmann no se extrañó de que el otro, ahora, lo conociera, pero sintió que estas palabras conciliadoras agravaban, de hecho, la situación. Antes, la provocación de los peones era a una cara accidental, casi a nadie; ahora iba contra él y contra su nombre y lo sabrían los vecinos. Dahlmann hizo a un lado al patrón, se enfrentó con los peones y les preguntó qué andaban buscando.

El compadrito de la cara achinada se paró, tambaleándose. A un paso de Juan Dahlmann, lo injurió a gritos, como si estuviera muy lejos. Jugaba a exagerar su borrachera y esa exageración era otra ferocidad y una burla. Entre malas palabras y obscenidades, tiró al aire un largo cuchillo, lo siguió con los ojos, lo barajó e invitó a Dahlmann a pelear. El patrón objetó con trémula voz que Dahlmann estaba desarmado. En ese punto, algo imprevisible ocurrió.

Desde un rincón el viejo gaucho estático, en el que Dahlmann vio una cifra del Sur (del Sur que era suyo), le tiró una daga desnuda que vino a caer a sus pies. Era como si el Sur hubiera resuelto que Dahlmann aceptara el duelo. Dahlmann se inclinó a recoger la daga y sintió dos cosas. La primera, que ese acto casi instintivo lo comprometía a pelear. La segunda, que el arma, en su mano torpe, no serviría para defenderlo, sino para justificar que lo mataran. Alguna vez había jugado con un puñal, como todos los hombres, pero su esgrima no pasaba de una noción de que los golpes deben ir hacia arriba y con el filo para adentro. No hubieran permitido en el sanatorio que me pasaran estas cosas, pensó.

-Vamos saliendo- dijo el otro.

Salieron, y si en Dahlmann no había esperanza, tampoco había temor. Sintió, al atravesar el umbral, que morir en una pelea a cuchillo, a cielo abierto y acometiendo, hubiera sido una liberación para él, una felicidad y una fiesta, en la primera noche del sanatorio, cuando le clavaron la aguja. Sintió que si él, entonces, hubiera podido elegir o soñar su muerte, ésta es la muerte que hubiera elegido o soñado.

Dahlmann empuña con firmeza el cuchillo, que acaso no sabrá manejar, y sale a la llanura.

martes, 12 de octubre de 2010

NUEVO ROSTRO....OCTAVIO PAZ.

NUEVO ROSTRO ... Octavio Paz (México)
La noche borra noches en tu rostro,
derrama aceites en tus secos párpados,
quema en tu frente el pensamiento
y atrás del pensamiento la memoria.
Entre las sombras que te anegan
otro rostro amanece.
Y siento que a mi lado
no eres tú la que duerme,
sino la niña aquella que fuiste
y que esperaba sólo que durmieras
para volver y conocerme.
Agregar un pie de foto
NUEVO ROSTRO ... Octavio Paz (México)
La noche borra noches en tu rostro,
derrama aceites en tus secos párpados,
quema en tu frente el pensamiento
y atrás del pensamiento la memoria.
Entre las sombras que te anegan
otro rostro amanece.
Y siento que a mi lado
no eres tú la que duerme,
sino la niña aquella que fuiste
y que esperaba sólo que durmieras
para volver y conocerme.

jueves, 7 de octubre de 2010

VARGAS LLOSA:UN GRAN ESCRITOR DE IDEAS POLEMICAS..

Semblanza: Vargas Llosa: un gran escritor de ideas polémicas
El Premio Nobel de Literatura 2010, el peruano Mario Vargas Llosa, es un gran escritor de ideas polémicas, rasgo que trascendió su obra y marcó su vida, con matrimonios con una tía y una prima y una famosa pelea con Gabriel García Márquez


7/Oct/10 12:59 Comentarios
Notimex - Jorge Mario Pedro Vargas Llosa, nacido en Arequipa, el 28 de marzo de 1936, es considerado un verdadero "maestro" de la literatura mundial, con obras que lo llevaron este jueves a ser galardonado con el máximo premio de las letras que otorga la Academia Sueca.

El autor de "Conversación en La Catedral", considerada su obra cumbre, es un escritor disciplinado, defensor de las libertades, enemigo de los dictadores y propulsor de la democracia, lo cual lo llevó a ser candidato presidencial en la derecha en 1990.

Una primera etapa de su infancia la vivió en Cochabamba (Bolivia), donde estuvo hasta los 10 años, y después se radicó en la norteña ciudad peruana de Piura, donde recién empezó a conocer su país y a empaparse de su cultura.

Vargas Llosa alcanzó la fama en la década de 1960 con sonadas novelas como "La ciudad y los perros" (1962), "La casa verde" (1965) y "Conversación en La Catedral" (1969), pero quizá es la primera la que lo catapultó con la intimidad del Colegio Leoncio Prado.

"La ciudad y los perros" tuvo su origen en las vivencias del escritor en una comunidad de cadetes en una escuela militar y la trama está basada en las propias experiencias del autor en ese recinto.

Su paso por el Colegio Leoncio Prado en Lima y posteriormente sus años universitarios en el contexto de la dictadura militar de Manuel A. Odría, quien gobernó Perú entre 1956 y 1968, habrían de marcar su vida.

Luego de "La ciudad y los perros" escribió "La Casa Verde", que retrata la vida en un burdel del mismo nombre y la trama se centra en "Bonifacia", una chica que está a punto de recibir los votos de la iglesia.

Pero según los críticos, "Conversación en La Catedral" es su máxima obra, una novela que contiene cuatro historias que realizan un análisis profundo a la corrupción durante la dictadura de Odría.

De allí fue imparable y en 1977 Vargas Llosa publicó "La tía Julia y el escribidor", basado en parte en el matrimonio, en 1955, a los 19 años de edad, con su tía política Julia Urquidi, quien era 10 años mayor.

Algunas de sus obras, como "Pantaleón y las visitadoras" (1973) y "La tía Julia y el escribidor", han sido adaptadas y llevadas al cine, aunque él dice que no se le ha hecho mucha justicia en esa área pero confía en que haya nuevas producciones.

Para poder vivir en España, y agradecido con ese país que impulsó su obra, obtuvo también la nacionalidad española en 1993 y permanentemente reconoce a ese país porque fue allá donde publicó su primer libro en 1958 y donde ganó el premio Leopoldo Alas.

En política, sin embargo, sólo ha cosechado fracasos ya que en 1990 fue derrotado como candidato presidencial del partido de centro-derecha Frente Democrático, por el ahora encarcelado Alberto Fujimori, quien gobernó entre 1990 y 2000.

Su postura liberal de derecha le permitió acercarse y trabar amistad con figuras de ese sector como el ex jefe del gobierno español José María Aznar y el mandatario chileno Sebastián Piñera, a quien incluso apoyó en su candidatura presidencial.

Recordado en su alejamiento de la Revolución Cubana, en 1971, cuando encabezó el distanciamiento de la intelectualidad izquierdista latinoamericana del régimen de Fidel Castro, a raíz del encarcelamiento del poeta Heberto Padilla.

Divorciado en 1964 de su tía Julia, Vargas Llosa se casó un año después con su prima Patricia Llosa y de esa unión nacieron Álvaro (1966), Gonzalo (1967) y Morgana (1974).

En la vida de Vargas Llosa ha habido de todo y queda en el registro histórico la noche en que noqueó al escritor colombiano Gabriel García Márquez y siempre quedó la duda de si se trató de un lío de faldas o un desencuentro ideológico.

El Nobel de Literatura peruano le asestó un derechazo a su entonces entrañable amigo y cómplice literario, porque García Márquez, también ganador del prestigioso galardón, en 1982, habría intentado "afanar" (consolar y conquistar) a la actual esposa de Vargas Llosa.

El encontronazo fue en la noche del 12 de febrero de 1976, cuando los dos escritores acudieron a una sala de cine junto a gran parte de la intelectualidad mexicana donde se iba a presentar un guión de Vargas Llosa sobre un accidente aéreo en Los Andes.

García Márquez intentó saludarlo, pero Vargas Llosa lo esquivó y le lanzó un derechazo que mandó al suelo y noqueó al autor de "Cien años de soledad".

"Esto es por lo que le hiciste a Patricia en Barcelona", le dijo el escritor peruano a su colega colombiano. Cuenta la leyenda que García Márquez intentó enamorarla aprovechando la ausencia del autor de "La ciudad y los perros", quien siempre expresó su admiración, casi devota, por el colombiano de "Cien años de soledad".

El galardonado escritor peruano ha obtenido los premios Casa de las Américas (1965); Festival de Cine Iberoamericano de Huelva (1995), donde ocupa el cargo de Presidente del Jurado, el Cervantes de Literatura (1994) y el Príncipe de Asturias de las Letras (1986).

martes, 5 de octubre de 2010

RESEñADO EN EL DICCIONARIO LATINOAMERICANO DE POETAS.

Libros y Letras | Agencia de Noticias Culturales por Jorge Consuegra: Diccionario Latinoamericano de
www.librosyletras.com
{Revista Cultural de Colombia y América Latina, información de libros y letras}

lunes, 4 de octubre de 2010

ESTABA SENTADO LEYENDO..

Estaba sentado leyendo el libro del apocalipsis,y de pronto lo sacudio un frio glacial e inesperado,todos sus pelos se erizaron!! y fue cuando escucho la voz de la vecina,que entro gritando a su casa,diciendo HOY SE ACABA EL MUNDO!!.....el salto de la silla,y ella se arrojo temblorosa a sus brazos...entonces le dijo nos prometimos que en los ultimos dias del fin, te regalaria EL TUNEL DE ERNESTO SABATO...y aqui esta... el lo tomo, le dio las gracias,con la voz temblorosa,y se le salieron unas lagrimas,saco una pistola y le volo los sesos..NADIE DEBE SABER EL FUTURO!! SOLO LOS DIOSES!! dio la espalda y camino hacia la biblioteca,justo cuando se invirtio la flecha del tiempo,la energia del binbang se habia agotado, y quedo petrificado cuando escucho la voz de la vecina que le decia...ahora te despides definitivamente!!sono el disparo de una walter ppk,y la sangre salpico las inmensa biblioteca...todos escuchamos que la mujer dijo ..nosotros esperaremos los ultimos dias del fin!!...en cambio el ha partido de manera IRREVOCABLE!! me voy antes de que me encuentre en el retroceso del tiempo!!

viernes, 1 de octubre de 2010

PUBLICACION DE MI MICROCUENTO UNA SOMBRA EN LA REVISTA MOLINO DE LETRAS NUMERO 9.

Número actual
La hacedora de velas. Elena Ortiz Muñiz
Sangre en la hojarasca. Mariela Loza Nieto
La isla. David Uriel Martínez Valencia
Insomnio.Jorge Martínez Jorge
La vuelta.Magda Lago Russo
Cuando nos deje de llover. Dayan Gamboa
La chica de los brackets. Agustín Azcona Hernández
Una sombra. César Molina Consuegra
Un puzzle de 1000 piezas no se hace solo. David Bombai
Historias de familia. Manuel Prieto
Una madrugada alcohólica. Edgar Tarazona Angel
Artista. Rolando Revagliatti
F.T.O.S. Evgeny Zhukov
Elena. Roberto Javier Rodríguez Santiago
Film. Rolando Revagliatti