Los Nuestros
Livio Maitan (1923-2004)
Marxista revolucionario, combatiente indispensable...
Ernesto Herrera
Un golpe durísimo, desgarrador. El compañero Livio Maitan ha muerto. Con su partida, el movimiento revolucionario internacional pierde a un combatiente. Extrañaremos su práctica política coherente, su compromiso social intransigente, su convicción teórica y la irremplazable capacidad pedagógica para educar nuevas generaciones de resistentes.
Pasados los homenajes y discursos que la liturgia exige, Livio irá a sumarse a nuestra memoria histórica, esa que compone la indispensable "acumulación revolucionaria".
Nacido en Venecia, ya en su juventud se incorporó a las luchas antifascistas del movimiento obrero italiano. Dirigente de la Cuarta Internacional desde 1951, compañero de Ernest Mandel y de tantos otros en mil batallas antiestalinistas y anticapitalistas. En 1948 fue miembro de la dirección del Frente Democrático Popular en su país. Militante de la Democracia Proletaria e infatigable activista del proceso que culminó con la organización del Partido de la Refundación Comunista (PRC) del cual fue dirigente entre 1991-2002. Colaborador regular del diario Liberazione y del mensual Bandiera Rossa. Desde Quatrieme Internationale, Inprecor e International Viewpoint (publicaciones de la Cuarta Internacional) contribuyó a la reflexión profunda, el análisis sólido, el debate sin conseciones. La consistencia de su marxismo abierto se convirtió en una ineludible seña de identidad para miles de luchadores internacionalistas.
Caminó por América Latina, se solidarizó con la revolución argelina y con los movimientos antiimperialistas y revolucionarios del "Tercer Mundo". Polemizó y se comprométió. Desde el inicio, fue un entusiasta animador de la correntada "alter-mundialista". Estuvo en Génova y Porto Alegre. Deja una extensa obra teórica traducida a diversos idiomas.
Los desacuerdos con él fueron, apenas, pequeñas anécdotas. O ingredientes necesarios de un mismo horizonte a construir.
Tenía un corazón y no un dogma en el medio del pecho. Su pulso latía junto a la rebeldía persistente de los de abajo. No se equivocó cuando despreció los sillones del acomodo, ni cuando quebró la rutina gris de cierta izquierda. No se equivocó cuando denunció los socialismos manejados por funcionarios y a los funcionarios que se creían socialistas. Porque su estilo no era la prudencia del miedo o la complicidad.
¿Morir? Ahora lo ha hecho de un modo que parece real. Pero no por vocación, porque su profesión era la vida. Y su estado natural era creer en lo que escribía, en lo que decía, en lo que hacía. En definitiva, no se equivocó al batirse por lo justo, lo bueno, por lo mejor del mundo. !Venceremos!
Montevideo, 18 de septiembre 2004
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