Claudio Katz (especial para ARGENPRESS.info)
El impacto en la producción
La crisis financiera ha repercutido duramente sobre la órbita real, a través de la recesión que comenzó a mitad del año pasado. Con el desplome de las ventas, la industria se ha contraído hasta alcanzar el mayor bajón del PBI desde la segunda guerra mundial. Aunque la regresión productiva se atenuó en los últimos meses, el alivio ha sido muy tenue en comparación al rebote financiero.
Las cifras más recientes sólo registran una menor intensidad del freno productivo. Las significativas caídas PBI norteamericano (de 5,4% en ultimo trimestre 2008 y 6,4% en el primero del 2009) se han aligerado al 1% (segundo del 2009). Más que una mejora se verifica un piso del empeoramiento. El FMI estima que la economía global se reducirá 1,3% en 2009, por efecto de una gran caída en las economías desarrolladas (3,7%). En Europa se avizora un crecimiento nulo y en Japón persiste un parate mayúsculo.
En todos los países la recesión ha sido contenida con políticas económicas expansivas. Mediante esta intervención las tasas de interés se han ubicado en un piso nunca visto de 0-0,25% (Estados Unidos) o 1% (Europa). Con subsidios estatales se ha buscado, además, compensar la caída de las exportaciones (especialmente en Japón y Alemania) y sostener un consumo que languidece.
Pero la reacción de la producción a estos estímulos ha sido muy limitada. Todavía no se observa la típica recomposición de stocks que implementan las empresas cuando perciben una recuperación de las ventas. Persiste la contracción de la inversión privada y sólo el gasto público mantiene a flote la actividad comercial. Nadie descarta en este cuadro otra recaída del PBI, al cabo de dos o tres trimestres de recuperación.
El grueso de los fondos públicos ha sido canalizado hacia las grandes corporaciones. En muchos casos estos subsidios benefician a firmas financiero-productivas, que hacen negocios con bonos, acciones, autos o computadoras. La invariable condición para recibir esas subvenciones es pertenecer al club de las grandes corporaciones.
Lo ocurrido con la industria automotriz norteamericana es un ejemplo de esta concentración del socorro estatal. Las empresas de este sector han recibido cuantiosas sumas para pagar a los acreedores, a los socios internacionales y a los gerentes que quebraron las compañías.
Algunos economistas estiman que estos auxilios permitieron contener el descalabro productivo. Pero eluden evaluar el monumental costo y las consecuencias de este rescate. (5)
El polvorín de la deuda pública
El incremento astronómico de los pasivos estatales tiende a debilitar estructuralmente cualquier recuperación futura. Todas las economías han quedado sujetas a un creciente pago de intereses, que podría afectar incluso a la reactivación actual. La hipoteca que han contraído los estados introduce esa fuerte restricción.
En Estados Unidos la deuda pública que ya bordea el 100% del PBI, mientras que el gasto del estado asciende al 28,1% y el déficit alcanza el 11% de ese indicador. Se estima que el rojo acumulado rondaría los 9 billones de dólares en la próxima década.
Este desborde de los promedios prevalecientes desde la segunda guerra sólo podría reducirse con una tasa de crecimiento muy elevada. Pero lo más problemático es el financiamiento, ya que a diferencia del pasado la recolección de fondos no depende sólo de la recaudación interna, sino también de la afluencia de préstamos internacionales.
Muchos antecesores de Obama canalizaron el gasto público hacia erogaciones bélicas, que a su vez impulsaron la reactivación (Roosvelt, Truman, Johnson, Reagan). Pero el actual presidente llegó al gobierno con promesas de limitar ese gasto. No puede asentar la recuperación en un rearme explícito, pero tampoco tiene margen para reducir el presupuesto militar, ya que Estados Unidos sostiene su liderazgo imperialista en la supremacía del Pentágono. Frente a estas disyuntivas Obama ha optado por mantener sin cambios el porcentual de erogaciones bélicas, anunciando que expandirá el gasto civil sin muchas inversiones sociales.
Mientras se define cuál será la estrategia a seguir, la deuda pública se expande a un ritmo vertiginoso. Este crecimiento potencia el círculo vicioso de endeudamiento para detener la recesión y deterioro fiscal creciente por el estancamiento productivo. Esta situación tiende a recrear tarde o temprano la presión de los acreedores de los títulos públicos, que ya exigen un plan de reducción del déficit. El propio Obama ha comenzado a considerar un proyecto para bajar este desequilibrio a la mitad en cuatro años.
Luego de consumado el rescate de sus bancos, los financistas se aprestan a retomar el viejo discurso del ajuste fiscal. Reclaman una ley para limitar el aumento de la deuda pública, que podría tornarse imperiosa si los bonos de ciertos estados norteamericanos (como California) comienzan a tambalear. (6)
El mismo problema se verifica en Europa. El endeudamiento público es crítico en ciertos países y explosivos en otros. El déficit se ha descontrolado en Italia, Grecia y España (6,2% del PIB), ha crecido en Francia (5,4%) y Portugal (4,2%).
Estos desajustes son proporcionalmente inferiores a Estados Unidos, pero afrontan mayores dificultades de financiación externa. Todas las metas de equilibrio presupuestario de la Unión Europea han quedado desbordadas. La Comunidad carece, además, de experiencia y atribuciones para rescatar a los países con presupuestos colapsados. Este escenario de desmoronamiento fiscal se observa particularmente en Irlanda (11% déficit) y entre los nuevos socios de Europa del Este.
Deterioro social
Cualquiera sean los vaivenes del ciclo recesivo, el nivel de vida de los trabajadores tiende a degradarse. Los asalariados ya están pagando con mayor desempleo y caída del salario las consecuencias de la crisis.
Como resultado directo del descalabro financiero, la OIT ha pronosticado un aumento de la desocupación, que afectaría a un rango de 39-59 millones de personas. Esta nueva oleada golpearía particularmente a las jóvenes de las economías desarrolladas, que se han convertido en los principales reclutas del ejército de parados.
Incluso una recuperación más significativa de la economía mundial continuaría contrayendo la demanda de trabajo durante cuatro o cinco años. Esta ausencia de puestos de trabajo será muy dura para los emigrantes, que buscan ingresar al universo laboral de las economías avanzadas.
Si el desempleo continúa subiendo al ritmo actual en la zona del Euro, alcanzaría en el 2010 un 11,5%, frente al 7.5% de principio del 2008. En Japón, el viejo empleo estable ha quedado erosionado junto al desplome del ingreso familiar medio, que se ubica en su nivel más bajo de los últimos 19 años. Los contratos temporales se incrementan en forma acelerada y ya regulan la actividad de un tercio de fuerza de trabajo.
En Estados Unidos se han perdido desde el inicio de la crisis medio millón de puestos de trabajo al mes. A fin de año la tasa de desempleo saltaría al 9% y el subempleo llegaría al 15%, es decir un porcentaje muy superior al promedio de las últimas décadas.
El Plan de Obras Publicas que puso en marcha Obama no contrarresta esta destrucción de puestos laborales, ya que en lugar de crear empleos públicos ofrece subsidios a los capitalistas para que contraten trabajadores. Es evidente que mientras perdure la caída de las ventas y los beneficios, los empresarios evitarán incorporar nuevos asalariados.
El escenario social norteamericano se agrava día a día por la brusca retracción del patrimonio de las familias y el continuado desalojo de los deudores hipotecarios insolventes. La masa de individuos sin techo -que sobreviven en carpas o viviendas precarias- ya forma parte del paisaje de muchos suburbios. Obama dispuso auxilios millonarios para los banqueros, pero no adoptó ninguna medida para proteger a los nueve millones de afectados por el crack inmobiliario. Tampoco implementó algún proyecto para prohibir el remate de viviendas o para establecer la refinanciación obligatoria de los hipotecas.
La crisis ha demorado, además, la puesta en marcha de un sistema público de atención médica, para las familias que no pueden afrontar los costosos seguros de salud. Las presiones del lobby empresario que maneja este negocio continúan vaciando el proyecto de cobertura estatal o mixta, que se discute desde hace años.
Claudio Katz es economista, Investigador, Profesor. Miembro del EDI (Economistas de Izquierda).
Notas:
5) Roubini Nouriel “Bernanke lo hizo bien”•, Clarín, 28-7-09.
6) Ver por ejemplo: Buffet Warren, “Que EEUU no sea una república bananera”, Clarín, 27-8-09.
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